Tras capear el temporal de la pandemia, este verano nos estamos encontrando con muchas marcas de moda sostenible que se despiden. Algunas lograrán volver reconvertidas y otras desaparecerán para siempre. Pero, ¿a qué se debe? ¿Por qué ahora?
Somos muchos los negocios que en los últimos años nos hemos propuesto crear una alternativa al modelo tradicional a través de propuestas de moda sostenible. La mayoria son proyectos pequeños que se alejan de las grandes colecciones y que no pretenden vender a toda costa, eso mismo ya les hace más sostenibles que las alternativas preexistentes en la industria. Sostenibles desde el punto de vista medioambiental, el económico ya es otra historia.
Pero intentar vender a un consumidor al que estás instando a no comprar más es complejo, además de contradictorio.
No debemos de perder de vista que hemos aterrizado en un tablero de juego con las normas ya puestas y queriendo jugar a algo diferente. El consumidor necesita tiempo para entender qué está pasando y el sistema nos exige que seamos rentables cuanto antes para poder sobrevivir.
El negocio de la moda, tradicionalmente, ha conseguido mantener sus números por 2 vías: por volumen de ventas o por precio orientándose al sector lujo.
Debemos tener en cuenta que tanto la materia prima como la confección se vuelven más baratas cuanta más cantidad encarguemos. Es por esto que, aún teniendo un producto que pueda competir por precios con marcas más conocidas y con un modelo de fast fashion, la rentabilidad de una marca sostenible es menor, no solo por el tipo de materias primas y los salarios de su cadena de producción, también por el margen por producto y el acumulado de todas sus ventas. También es frecuente que ajustemos en exceso para poder incluir a más consumidores en este cambio y derribar la excusa del precio.
En el ADN de una marca de slow fashion suele haber 2 rasgos comunes:
- No sobreproducir y vender a personas que valoran nuestro producto.
- Que todas las personas implicadas tengan sueldos justos.
Ambas premisas chocan tan de frente con el modelo actual que nos obligan a crear una nueva realidad.
Y esto lleva tiempo. Siempre hemos oído que un negocio tarda unos 3 años en dar resultados, antes se sobrevive con pérdidas. Esta afirmación se hace sobre negocios que ya tienen un formato estable, que se sabe cómo van a ir más o menos. En una idea novedosa hay muchos más errores y se necesita más tiempo para llegar a ese punto de estabilidad.
Pero ese tiempo no existe. En España contamos con un margen de 2 años desde que empezamos a cotizar hasta que los impuestos nos ahogan. Ese tiempo no es suficiente. Si echamos números, muchos negocios que se iniciaron en un momento de crisis y ruptura como fue la pandemia han cumplido ese plazo en estas fechas.
Me apena mucho ver esta cascada de persianas bajadas. ¿Me sorprende? En absoluto. Yo también me veo afectada por este sistema y me debato entre seguir persiguiendo un sueño o darme por vencida y dejar de trabajar gratis muchos meses. Mientras las medidas del gobierno para promover el emprendimiento sean del calibre de las que hemos visto anunciadas últimamente, este desastre no parará.